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Cuento: El chelista Británico

Eran las nueve y doce de la noche en un pueblo lejano del nuevo mundo, en las calles solitarias de una tierra estéril, aullaban como lobos unos niños huérfanos. Podía escuchar las tripas de éstos rugir, desde el segundo piso en el que me encontraba hallando la forma de recuperar mi violonchelo.

Hacía tres días que no comía, desde que lo perdí no tiene caso alimentar mi cuerpo si mi alma estaba muriendo de inanición. El cómo lo perdí es la causa más estúpida que sólo a alguien más desafortunado que yo le sucede, y ese alguien, dudo que exista. De tal forma que no queda más que recordar esta historia y plasmarla detrás de las partituras que no volveré a interpretar de nuevo…

El 16 de Marzo del presente año, en el té de las cuatro de la tarde, se vino a mi cabeza la inconcebible idea de viajar a América. Qué haría allá, que no fuera distinto a lo que hago aquí? preguntaba mi conciencia a gritos, pero mi necedad es tan sorda como Beethoven.

Así es como bajé del avión, omitiendo el peligro que mi cabeza me advertía. Tomé el morral y el estuche del Violonchelo y caminé por el aeropuerto pensando hacia qué pueblo inhóspito iría a conocer a la verdadera América, pues las metrópolis no son nada más que copias de baja calidad de las grandes ciudades del mundo.

Tomé el vuelo hacia Colombia, me parecía una aventura de alto riesgo, llegué a la capital y repetí el mismo recorrido que en Inglaterra. Me pareció interesante ir a conocer la frontera Colombo Venezolana, pues todos los extranjeros preferían las costas o algunos más extremos la selva del Amazonas. En mi caso solo quería conocer, así que persiguiendo mis impulsos fue como llegué a este pueblo extraño.

Me habría gustado bajarme del avión, pero este tuvo una falla mecánica y se vino abajo en la selva del Catatumbo. No crea todo lo que lee, habría preferido esta situación al hecho que me arrebató el espíritu, y me tiene escribiendo estas insolencias.

No quiero recordar el pasado, porque me hace ver que algo tan hermoso puede clavarte un puñal en el corazón y dejarte con un agujero negro que te consume cada vez que intentas olvidar el hecho. Pero esto es como empezar una canción, y las obras no tienen recesos de más de cuatro tiempos. Lo anterior significa que seguiré con la historia.

Luego de bajarme del avión en esta calurosa ciudad, tomé un taxi que me condujo al resguardo del infierno disfrazado de patrimonio cultural. Me pareció un lugar hermoso y atractivo para interpretar algo en mi Violonchelo, tal vez una improvisación que armonizara la brisa que jugaba con los cabellos de una hermosa joven de cabellos negros y piel canela.

Como una sirena sentada sobre un coral, la hermosa joven se hallaba posada sobre una roca, observando pensativa, las ruinas de iglesia de la época colonial. Inspirado por el cuadro, abrí el estuche, resiné el arco, busqué equilibrio para sostener el chelo sobre el pasto y sin previo aviso, las cuatro cuerdas de mi violonchelo hicieron el amor con las varias cerdas del arco.

La joven se estremeció y su lelo rostro se tornó de color rosa. Giró su rostro para observar la fuente de aquel grave sonido que percibió, y allí me encontraba exorcizando ese suelo de lujuria y vicios.

En ningún momento abrimos la boca, como para ponernos de acuerdo en el acto que precedió a la interpretación de la música. Con rabia, melancolía, picardía, dolor y una leve sonrisa recuerdo que jamás había sentido el cuerpo de una mujer tan armoniosa y dulce. Esa sensación de total plenitud que viví aquella tarde con la joven será algo que reservo para mi confesión ante el sacerdote, pues el pecado de sentir el paraíso al mismo tiempo me condujo al infierno.

Después de haber acabado con su pecaminoso acto, la joven se acerca a mi Violonchelo y lo interpreta de una forma diabólica, es inexplicable, ningún humano podría utilizar esas técnicas con el arco y esa destreza que la joven demostraba al vacilar con sus dedos los registros sonoros de una melodía siniestra. Admito que de lo atónito no pude darme cuenta que detrás de mí se hallaba un hombre extraño, harapiento y demacrado.

Sí, fui atacado por el esposo de aquella vagabunda, no recuerdo algo más que un fuerte dolor de cabeza, y como se iba desvaneciendo el Violonchelo junto con la sonrisa de su demoniaca interprete. Después de rendir cuentas con la justicia, que me acusaba de exhibicionismo en espacio público, regresé a aquel lugar en su búsqueda, pero hasta hoy rindió frutos…cabo de escuchar el sonido de un Violonchelo, observaré por la ventana.

Son las dos de la mañana, me encuentro exhausto, pero no me queda de más que terminar esto, con el dolor y las manos cubiertas de sangre, describiré sin censuras la masacre de la cual escapé.

Cuando salí a la calle, tres niños danzaban en torno a la endemoniada joven mientras interpretaba mi Violonchelo. Me acerqué a la escena, dentro de unos árboles se encontraba el harapiento hombrecillo, en esta ocasión le avisté y mientras venía hacia mí cojeando tome una roca, la cual terminó en su rostro, dejándolo inconsciente, supongo que hasta ahora que la policía está recogiendo los cadáveres.

No entiendo la razón, pero la joven aniquiló a los tres niños en un movimiento paranormal y mientras me acercaba, estaba usando sus viseras como cuerdas de Violonchelo. El acto me parecía de pesadilla, quedé atónito, una vez más, cómo fue posible? y luego seguía yo, quien en estos momentos seria la cuerda Sol, si no hubiese corrido por todo el pueblo, alertando a la policía y a los vecinos.

Sonará increíble, pero es cierto, una horda de personas se abalanzó contra la mujer y la quemaron con gasolina, las madres de los niños lloraban desconsoladas, mientras que mi Violonchelo y yo nos observábamos.

Tuve que destrozarlo con mis propias manos, con las mismas le construí e interpreté, pero tuve que hacerlo, mi cabeza sigue sin asimilar esto. Mañana regreso a Europa, a la rutina, a las grandes metrópolis, donde la maldad no se viste de inocencia, en donde dentro o fuera de un asilo prefiero oler el dinero que acaba con el mundo poco a poco. Porque América tiene muchos secretos, que ni el mismo Satanás conoce, pues de seguro nunca estuvo en este pueblo.

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